No soy más que un pobre chico
por eso mi historia se cuenta raras veces.
He malgastado mis fuerzas
por un puñado de palabras dichas entre dientes,
así son las promesas,
todo mentiras y bromas,
sin embargo uno oye lo que quiere oir
y no hace caso de lo demás.
Cuando dejé mi hogar
y mi familia
me convertí en un muchacho
rodeado de desconocidos
en el silencio de la estación de metro,
huyendo asustado,
dándome por vencido,
buscando los barrios más miserables,
a los que suelen ir los mendigos,
frecuentando sitios
que sólo ellos conocen.
Pidiendo sólo el salario mínimo
estuve buscando un trabajo,
pero no conseguí más oferta que
un ven de las putas
de la Séptima Avenida.
Tengo que admitir
que hubo veces, cuando me sentí tan solo,
que busqué consuelo allí.
Ahora los años han pasado por mí,
y han sido todos iguales.
Soy más viejo que antes
y más joven de lo que seré.
Eso no es algo fuera de lo común,
no, no es raro que despues de cambios y más cambios
sigamos siendo más o menos los mismos.
Y despues de los cambios
seguimos siendo más o menos los mismos.
En el iluminado cuadrilátero hay un boxeador,
un luchador por naturaleza,
que lleva las marcas
de cada guante que lo tumbó
y lo hirió hasta hacerle gritar,
con ira y con vergüenza,
"Abandono, abandono".
Pero el luchador sobrevive.