Un día de invierno
de un oscuro e insondable diciembre
me encuentro solo
contemplando desde mi ventana las calles
cubiertas por la silenciosa y fría mortaja de la nieve caida.
Soy una roca,
soy una isla.
He levantado muros,
una fortaleza profunda y poderosa
en la que nadie puede penetrar.
No tengo ninguna necesidad de amistad; la amistad causa dolor,
desprecio la risa y el amor.
Soy una roca,
soy una isla.
No me habléis del amor,
ya he oido esa palabra antes,
ahora duerme en mi memoria
y no voy a perturbar el sueño de sentimientos que ya están muertos,
si nunca hubiera amado jamás habría llorado.
Soy una roca,
soy una isla.
Tengo mis libros
y mi poesía que me protegen.
Estoy escudado en mi coraza,
oculto en mi habitación, a salvo dentro de mi matriz,
no toco a nadie y nadie me toca a mí.
Soy una roca,
soy una isla.
Y una roca no siente ningún dolor.
Y una isla nunca llora.